miércoles, 12 de mayo de 2010

Historia de un sacerdote

No estoy seguro si ya publique esto aqui, pero ahi les va


Aun recuerdo aquella mañana como su hubiese sido apenas ayer, yo estaba limpiando el atrio del tabernáculo en compañía de mis hermanos, fue cuando los vimos entrar en la tienda, tratamos de impedírselos en vano, dijeron que tenían el derecho de ministrar adentro y nosotros no éramos nadie para oponernos ¡mucho menos para ordenarles que salieran! Aquello me molesto tanto que tomé mi escoba y cuando estaba por asestar un golpe a uno de aquellos infelices, mi hermano mayor me detuvo, no era prudente hacerse valiente uno solo contra doscientos cincuenta hombres, por eso fue mejor dejarlos entrar hasta el lugar santo portando cada quien su sahumerio, realmente se veían ridículos, ni siquiera llevaban bien puesta la mitra o el efod incluso uno estuvo embriagándose la noche anterior y aún se le notaba mucho la resaca, otro parecía no haberse dado un baño en meses ¡no hacía mucho el pueblo acampó en Haseroth! La familia de aquel hombre debió surtirse de agua suficiente antes de partir, sin embargo, aquel patético grupo de falsos e improvisados ministros no fue lo que llamó mi atención ese día.

A la puerta del tabernáculo una gritería rompió la tranquilidad a la que mis hermanos y yo estábamos habituados, mi hermano menor corrió para ver que sucedía, cuando volvió nos lo refirió todo: Tres nobles unos tales Coré, Dathán y Abiram juntaron a la chusma del pueblo contra Moshe y Aaron, al parecer esos nobles querían el sacerdocio para ellos, sus familias y amigos, desde algunos días antes habían tenido un altercado muy fuerte con Moshe, según lo que mi hermano menor indagó con el tumulto congregado a la puerta, Moshe les dijo que ofrecieran incienso y Adonai señalaría quien es suyo y quien no, a Coré, Dathán y Abiram les parecía poca cosa su posición ya de por si privilegiada, ellos no estaban obligados como la familia de mi padre a limpiar el atrio por las mañanas y después del sacrificio, ni yo ni mi familia jamás rezongamos por el trabajo que Adonai nos dio a nosotros, lo realizamos todo el tiempo para honrarlo, nosotros éramos obedientes. Por alguna razón, mi hermano mayor pensó que aquella turba iracunda no terminaría de irse pronto, a señas nos ordenó irnos a casa, recuerdo que ya íbamos llegando a nuestra tienda cuando vimos la gloria de Adonai aparecer en la tienda del tabernáculo.

Lo que sucedió después fue algo que todavía hoy me resulta confuso, no digo increíble porque Adonai hace con lo suyo lo que quiere y nosotros de EL somos, entonces yo era mas joven y fácilmente impresionable, jamás olvidé lo que aquel día ocurrió, pude oír los gritos de horror desde mi tienda, me asomé y vi el cielo ennegrecido como cilicio, destellantes relámpagos caían en tierra formando enormes grietas y donde algunos cayeron, hombres y mujeres corrían de aquí para allá terriblemente aterrorizados, a lo lejos una tienda fue tragada entera por la tierra, llevándose detrás de sí a sus ocupantes, ganados, esclavos, todo lo que fuera heredad, luego eso mismo se repitió con otra tienda un poco mas próxima, la familia que ahí moraba trató de huir en vano, fueron también tragados vivos por la tierra, como si alguna fuerza invisible los halase por los pies a las profundidades, luego, un sordo retumbar nos hizo salir despavoridos de nuestra propia tienda, a los vecinos junto a nosotros también la tierra los devoró, descendieron vivos al abismo, donde los relámpagos caían, se abría la tierra para tragar una tienda o gente.

En medio de la confusión, muchos corrían en busca de refugio, decían que la tierra también a ellos los tragaría, pude ver con espanto como a varios conocidos míos la tierra se les abrió al paso mientras corrían en busca de refugio para después volverse a cerrar sin dejar algún rastro del infeliz que cayera en sus fauces. Aún sigo preguntándome porque hicimos eso, sin embargo, así fue como pasaron las cosas, cerca del tabernáculo había un árbol seco, mi madre nos hizo subir a el, siendo joven no era cosa difícil, yo me subí hasta lo más alto y pude ver algo más, el lugar santo, donde hacía un rato los doscientos cincuenta hombres entraron, se llenó de una luz muy brillante, fue casi como mirar al sol directamente, por mirar esa luz fue como quede ciego y caí del árbol rompiéndome una pierna, de más esta decir que fui excluido del sacerdocio y de la congregación pues la ley prohíbe que ciegos, cojos y muchos otros con defectos del cuerpo entren al tabernáculo, después me contaron mis hermanos que la luz en el lugar santo consumió a los doscientos cincuenta hombres que habían entrado en el por la mañana, Eleazar, el hijo de Aaron tomó los incensarios con que se ofreció el sahumerio y los batió en planchas encima del altar, en recuerdo de aquellos infortunados, lo de las tiendas y gentes que la tierra devoró, según lo que mis hermanos me contaron después, Dios únicamente hizo juicio con quienes conspiraron, nadie mas del pueblo sufrió el castigo como en otras ocasiones sucedió.

Esto que yo les he dicho el día de hoy, hijos míos, es para que no se olvide ahora que vais a entrar en la tierra que Adonai prometió a nuestros padres, no seáis como ellos, que le provocaron a ira muchas veces durante los cuarenta años que vagaron en el desierto y en todas ellas pagaron caro, aprended pues que EL no es un Dios como los que adoran los habitantes de este lugar a los cuales Adonai nos mandó exterminar ni como los que adoran en la tierra de los egipcios, el lugar de donde vinimos, de ninguna manera, EL está vivo, si no, aquí estuvieran ahora las familias de Coré, Dathán y Abiram.

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